365 días y una foto sin dormir. Es lo
que hoy me queda de la noche en que empezó todo. Aunque empezase
antes. Aunque naciese terminado. 365 días después tengo la densidad
del aceite en mis recuerdos y el agua se me escapa entre las manos.
Quisimos lo que no supimos pedir y ansiamos en el otro una valentía
que se nos agotó para nosotros. 365 días después creo que siempre
supe demasiado. Sabía que me mentías, sabía que sería una cabeza
más colgada en tu salón, sabía que me harías daño. Si
retrasásemos el tiempo multiplicando por al menos 8 esos 365 días,
quizás sí habrías conseguido que te mirara a los ojos en vez de
remendar anclas. Si ingresáramos más de 2.900 días en la cuenta del
debe y volvieras a pronunciar las mismas palabras, quizás me habría
enamorado sin remisión. Me habría negado a besar otros labios y
tendrías bajo la almohada un corazón parado a menos que le
inyectaras aliento. Te habría esperado siempre y un poco más aún.
Me habrías astillado el corazón. Sin embargo, llegamos tarde a
aquellos andamios y yo ya conocía todos los trucos. Ya era tarde
para mí. Ningún juego de manos iba a hacerme caer si la apuesta
latía en bandeja de plata. Lo peor que aprendí hace 2.560 días (sin
contar bisiestos) es que no vale solo con querer, el amor solo no
sirve.
Yo quise pero no supe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario