sábado, 14 de abril de 2012

Carne viva


Odio soñarte. Odio que con los ojos cerrados y el cuerpo vencido aparezcas cercano, sonriente, con una mano tendida y pierdas la otra entre mis rizos. Odio verte allí, con colores vívidos, mezclándome en tu vida como si ya no fuéramos materiales indisolubles en la saliva del otro, como si siempre hubiéramos podido madrugar las pupilas juntos. Odio soñar que vuelves, y que te quedas, para despertarme después, sola o acompañada, con tu nombre agonizando en mi boca.

Odio que aparezcas ahí, siluteándote entre mis absurdas ilusiones; que allí me mires, sonrías de verdad, con los ojos, como solo una vez te vi hacerlo, y me digas que todo es posible. Que, allí, me beses sin prisa, como si todos los minuteros contuviesen el aliento y allá fuera la lluvia de este abril asfixiante se hubiera contenido a medio camino. Respetando las azoteas en las que aún escondo tu recuerdo.

Odio soñarte y que en ese duermevela obtuso en el que te resguardo, aparezcas y digas la palabra exacta que desconecte mis ganas de huir, que allí, en el etéreo momento en el que siempre has estado sin estar, me hilvanes cada acre de mi cuerpo a tu mirada bicolor. Y siempre es donde la realidad se moldea, donde extiendo la mano y no te evaporas, donde las yemas de mis dedos pueden entretenerse en cada escalón del camino ascendente de tus vértebras. Allí donde cierro los ojos y tu olor es real y no el recuerdo ausente que me asalta cuando menos te respiro. Allí donde aun existe algo muy parecido a la fe.

Aunque yo, que siempre fui atea en todo aquello que me incumbía, prefiero soñarte a que me asaltes de madrugada, despierta, sabiendo que los caminos demasiadas veces se vuelven irretornables. Prefiero soñarte a que me atormente el recuerdo. Prefiero soñarte en falso a que aún duelas en carne viva.

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